27 de octubre de 2025
La comunión en la Iglesia es «generada y custodiada por el Espíritu Santo». Y esto hace posible en todo tiempo invocar y encontrar el milagro de «una Iglesia humilde», que no está «llena de sí misma», sino que «se abaja para lavar los pies de la humanidad». Una Iglesia «totalmente atraída por Cristo y, por lo tanto, dedicada al servicio del mundo». Así, el Papa León XIV ha recordado los rasgos esenciales del misterio que da vida a la Iglesia, subrayando que esta «no es una simple institución religiosa ni se identifica con las jerarquías y sus estructuras». Lo ha hecho en la homilía pronunciada durante la liturgia eucarística que presidió hoy, domingo, con motivo del “Jubileo de los equipos sinodales y de los órganos de participación”.
La tarea y la misión de estos organismos -ha señalado el Pontífice- pueden comprenderse contemplando y redescubriendo «el misterio de la Iglesia», una realidad sui generis en la que las relaciones «no responden a las lógicas del poder» -aquellas que el Papa Francisco llamaba «lógicas mundanas»-, sino que «el primado atañe a la vida espiritual, que nos hace descubrir que todos somos hijos de Dios, hermanos entre nosotros, llamados a servirnos los unos a los otros». Por eso, en la Iglesia, «nadie está llamado a mandar, todos lo son a servir; nadie debe imponer las propias ideas, todos deben escucharse recíprocamente; sin excluir a nadie, todos estamos llamados a participar; ninguno posee la verdad toda entera, todos la debemos buscar con humildad, y juntos».
El Papa León ha tomado como punto de partida el pasaje del Evangelio según san Lucas propuesto por la liturgia del día -donde Jesús presenta la parábola del fariseo y el publicano que oran en el templo- para recordar qué distingue el auténtico “caminar juntos” de la comunión eclesial de las actitudes de quienes utilizan las prácticas religiosas y los organismos eclesiásticos para alimentar su afán de protagonismo y poder.
A primera vista –ha recordado Papa León- el fariseo y el publicano de la parábola “suben juntos” al templo para orar. Sin embargo, en realidad «están divididos y entre ellos no hay ninguna comunicación».
La oración del fariseo, «aparentemente dirigida a Dios, es solamente un espejo en el que él se mira, se justifica y se elogia a sí mismo». Juzga al otro, al publicano, «con desprecio y mirándolo con desdén. Está obsesionado con su ego y, de ese modo, termina por girar en torno a sí mismo sin tener una relación ni con Dios ni con los demás».
Esto –ha observado el Obispo de Roma- «puede suceder también en la comunidad cristiana». Y ocurre cuando «cuando la pretensión de ser mejor que los demás, como hace el fariseo con el publicano, crea división y transforma la comunidad en un lugar crítico y excluyente; cuando se aprovecha del propio cargo para ejercitar el poder y ocupar espacios». A diferencia del fariseo, la oración del publicano se limita a pedir misericordia por ser pecador. Y es a él –ha recordado el Pontífice- a quien debemos mirar, porque «Con su misma humildad, también en la Iglesia nos debemos reconocer todos necesitados de Dios y necesitados los unos de los otros». A los equipos sinodales y a los organismos de participación, León XIV les ha pedido que ayuden a todos «a comprender que, en la Iglesia, antes de cualquier diferencia, estamos llamados a caminar juntos en busca de Dios, para revestirnos de los sentimientos de Cristo». De este modo será posible también « a afrontar con confianza y con espíritu renovado las tensiones que atraviesan la vida de la Iglesia -entre unidad y diversidad, tradición y novedad, autoridad y participación-, dejando que el Espíritu las transforme, para que no se conviertan en contraposiciones ideológicas y polarizaciones dañinas. No se trata de resolverlas reduciendo unas a otras, sino dejar que sean fecundadas por el Espíritu, para que se armonicen y orienten hacia un discernimiento común».
El Sucesor de Pedro ha recordado que «la verdad no se posee, sino que se busca juntos, dejándonos guiar por un corazón inquieto y enamorado del Amor». Y estos son los rasgos distintivos de «una Iglesia humilde», que « que no se mantiene erguida como el fariseo, triunfante y llena de sí misma, sino que se abaja para lavar los pies de la humanidad; una Iglesia que no juzga como hace el fariseo con el publicano, sino que se convierte en un lugar acogedor para todos y para cada uno; una Iglesia que no se cierra en sí misma, sino que permanece a la escucha de Dios para poder, al mismo tiempo, escuchar a todos».
Concluyendo la homilía, el Papa León ha invocado la intercesión de la Virgen María, retomando las palabras de una oración del obispo y Siervo de Dios Tonino Bello: «Santa María, mujer afable, alimenta en nuestras Iglesias el anhelo de comunión. […] Ayúdala a superar las divisiones internas. Interviene cuando el demonio de la discordia serpentea en su seno. Apaga los focos de las facciones. Reconcilia las disputas mutuas. Atenúa sus rivalidades. Detenlas cuando decidan actuar por su cuenta, descuidando la convergencia en proyectos comunes» (Maria, Donna dei nostri giorni, Cinisello Balsamo 1993, 99).
