09 de julio de 2025
En el 90 aniversario de su canonización, Tomás Moro sigue iluminando como ejemplo de integridad, valentía y fidelidad a la conciencia. Siguiendo sus pasos por las calles de Inglaterra, EWTN Noticias redescubrió a este hombre que fue “buen siervo del rey, pero de Dios primero”. Nacido el 7 de febrero de 1478 en Cheapside, en el corazón de Londres, Tomás Moro fue un hijo de la capital inglesa en todos los sentidos. La antigua tradición decía que todo el que podía oír las campanas de la iglesia St. Mary Lebow era un verdadero londinense o “cockney”. A solo unos pasos de allí, en Milk Street, una placa recuerda: “Sir Tomás Moro nació en una casa cerca a este lugar el 7 de febrero de 1478”. Desde joven, su inteligencia y virtud llamaron la atención de Mons. John Morton, Arzobispo de Canterbury y futuro cardenal, quien decidió enviarlo a la Universidad de Oxford en 1492. Allí inició un camino que lo llevaría a convertirse en una de las mentes más brillantes de su tiempo. En 1496 fue admitido en la Honorable Sociedad de Lincoln’s Inn, una de las históricas asociaciones de abogados de Londres. Su carrera pública fue meteórica: en 1510 comenzó a ocupar cargos de relevancia hasta ser nombrado por Enrique VIII de Inglaterra como Lord Canciller, “el hombre más poderoso de Inglaterra después del rey”. Pero aunque estaba en la cúspide del poder, su vida interior nunca fue descuidada. En la Cartuja de Londres adoptó un régimen de oración y penitencia que mantendría hasta el final de su vida. Moro construyó su hogar en Chelsea, donde vivía felizmente con su esposa, sus hijas y su único hijo. El filósofo humanista, filólogo y teólogo católico Erasmo de Rotterdam no dudó en calificar a los Moro como “una academia de cultura y vida cristiana”. Allí, los hijos de Tomás aprendían latín y griego, teología, filosofía, lógica, astronomía y matemática. En su residencia se promovía también la música, las artes y el humor sano. Todo cambiaría en 1534. Desde su hogar en Chelsea, Moro fue llamado al Palacio de Lambeth para jurar la supremacía del rey sobre la Iglesia. Con firmeza, aunque sin palabras explícitas, se negó. Fue entonces enviado a la Torre de Londres. A pesar del encierro, quienes lo visitaban se sorprendían de que fuera tan jovial en prisión como en su casa en Chelsea. El 1 de julio de 1535 fue condenado por traición en Westminster Hall. La placa en el lugar aún recuerda: “Sir Tomás Moro, Lord Canciller de Inglaterra, presidente de la Cámara Baja del Parlamento, autor de Utopía, fue condenado a muerte el 1 de julio de 1535”. El 6 de julio de 1535, camino a su ejecución en Tower Hill, Tomás Moro mantuvo su característico buen humor. “Al bajar, permítame arreglármelas yo mismo como mejor pueda”, bromeó con el asistente que lo ayudaba a subir al patíbulo. A los presentes les pidió: “Recen por mí, y yo oraré por ustedes en otro lugar”. Declaró que entregaba su vida “por la fe de la santa Iglesia católica” y pronunció su frase inmortal: “Muero siendo buen siervo del rey, pero de Dios primero”. Incluso en el último instante, su bondad no decayó. Al verdugo le dijo con ternura: “Levante el ánimo y no tema cumplir con su deber”. Antes de colocar su cabeza sobre el bloque, apartó su barba para decir: “Déjame que la mueva, no sea que la cortes”. Ese mismo año, su amigo y compañero de martirio, San Juan Fisher, también fue ejecutado. Cuatro siglos más tarde, ambos fueron canonizados por el Papa Pío XI el 19 de mayo de 1935. San Juan Pablo II lo declaró en el año 2000 “patrono de gobernantes y políticos”, y es también invocado por abogados, matrimonios en dificultad y niños adoptados. Su fiesta litúrgica se celebra cada 22 de junio. Noventa años después de su canonización, Tomás Moro sigue enseñando al mundo que la verdad y la conciencia no tienen precio. Su ejemplo permanece vivo como “un santo para todas las circunstancias”.