24 de noviembre de 2025

Marthe de Noaillat, llamada por su biógrafo “la Apóstol de Cristo Rey”, tuvo una misión singular en la vida que ella creía haber recibido: promover la realeza universal de Jesucristo. “Marthe fue la mujer que sola llevó esto a la Iglesia. No es algo inusual: de hecho, el trabajo más arduo en muchas de estas causas lo llevaron a cabo mujeres de profunda fe”, dijo a CNA —agencia en inglés de EWTN News— el P. Bernard McGuckian, SJ, presentador de una nueva serie televisiva de EWTN Irlanda. De Noaillat fue la séptima de doce hijos en una familia profundamente católica, hijos de Jean-Baptiste Devuns y Anne Zélina. Después de pasar siete años discerniendo una vocación contemplativa, fue conducida más bien al corazón del mundo como misionera. Con el aliento y la aprobación de los papas Benedicto XV y Pío XI, organizó un referéndum mundial para reunir a los fieles en reconocimiento de los “derechos soberanos” de Cristo, es decir, que Cristo es Rey sobre todo, incluido el universo entero. Sus esfuerzos, llevados adelante a lo largo de seis exigentes años, ayudaron a preparar el camino para la solemne proclamación de la realeza de Cristo en la Iglesia y el establecimiento de la fiesta de Cristo Rey, instituida formalmente por el Papa Pío XI en su encíclica Quas Primas, en diciembre de 1925.

Una vida dedicada a la realeza de Cristo Jean-Claude Prieto de Acha, autor de una biografía de 2025 sobre de Noaillat, dijo a CNA: “No hay rastro de la realeza de Cristo en los primeros escritos de Marthe. En cambio, Santa Juana de Arco era muy venerada en su hogar. Y esta realeza aparece claramente en la vida de Juana de Arco, desde la exhortación del arcángel San Miguel: ‘¡Ve, hija de Dios! El Rey del Cielo te ayudará’”. En su encuentro con el delfín en Chinon, se dice que Juana expresó: “Vengo de parte del Rey del Cielo para levantar el sitio de Orleans”, y “Dulce delfín, me llamo Juana, la Doncella, y el Rey del Cielo te informa por mí que serás consagrado y coronado en la ciudad de Reims”. Y al llegar a Orleans dijo: “Les traigo la ayuda del Rey del Cielo”. De Noaillat deseaba ser religiosa e ingresó en el convento donde, pese a numerosos problemas de salud, estaba decidida a profesar votos. Sin embargo, su fragilidad física terminó siendo demasiada, y abandonó el convento por indicación de la superiora. “Cada estancia en el convento terminaba en un deterioro físico considerable, obligándola a regresar periódicamente al hogar familiar para recuperar la salud”, explicó De Acha. “El deseo de vida religiosa la atraía constantemente de nuevo a la clausura, pero con cada nuevo intento su salud empeoraba, hasta quedar en un estado de debilidad tal que, cuando finalmente tuvo que renunciar a la vida contemplativa, tardó meses en volver a mantenerse en pie. Sin embargo, permaneció fiel durante toda su vida —incluso después de su matrimonio— a sus votos religiosos. Su esposo, Georges de Noaillat, lo atestiguó por escrito tras la muerte de su esposa”. Georges relató también que una de las superioras de Marthe afirmó: “Marthe no está hecha para vivir entre cuatro paredes; es en las plazas públicas donde debe predicar… Solo tenía un pensamiento: ganar almas para Jesucristo”. Según De Acha, es probable que su elocuencia natural fuese percibida en el convento “no durante la rutina diaria, en la que se imponía silencio, sino cuando se le pedía hablar ante las hermanas”. La relación entre Marthe y Georges fue, según los testimonios, feliz: dos siervos celosos de Cristo en un matrimonio josefino, viviendo como hermanos, con el beneplácito de su obispo. Tras casarse, ambos continuaron su misión. En 1918, Marthe asumió la dirección del Museo Hieron en Paray-Le-Monial, donde redobló su esfuerzo por la causa de la realeza de Cristo. De Acha comentó a CNA: “Es seguro que ella sabía —y quizá sentía más profundamente que otros— su absoluta impotencia para llevar a cabo la misión encomendada sin la ayuda, el sostén y la fuerza interior que obtenía de la adoración eucarística y la comunión diaria. Marthe nunca confió en sus propias fuerzas; la experiencia de su profunda debilidad física durante sus intentos de vida religiosa la marcó para siempre”.

La petición que cambiaría la historia El jesuita italiano Jean-Maria Sanna-Solaro solicitó en 1870 la institución de la Solemnidad de Cristo Rey, pero la Congregación de Ritos del Vaticano rechazó la petición. Sobre la solicitud inicial de de Noaillat al papa para instaurar esta fiesta, De Acha explicó: “Esta primera petición a Roma fue solo una iniciativa personal de Marthe, aunque había sido presentada y aprobada por el Obispo de Autun, Mons. <Berthoin. La respuesta de Benedicto XV —que luego repetiría Pío XI— fue lógica: para instituir una fiesta, la petición debía ser universal y contar con las firmas de obispos del mundo entero. El Papa solo aceptaría la petición el día en que estuviese avalada por la mayoría del episcopado”. Convencido finalmente del apoyo de los fieles, Pío XI informó a de Noaillat de su decisión de instituir la solemnidad durante una Misa el último día del Año Santo de 1925, ceremonia a la que Marthe y su esposo fueron invitados como huéspedes de honor.
Hoy la solemnidad de Cristo Rey se celebra el último domingo antes de Adviento.

Una muerte inesperada Marthe de Noaillat murió de forma repentina junto con su secretaria el 5 de febrero de 1926, poco después de instituirse la fiesta de Cristo Rey. “Marthe tomó su desayuno como siempre con el párroco tras la Misa en Paray-Le-Monial —la iglesia donde el Sagrado Corazón se apareció a Santa Margarita María de Alacoque— y regresó a su oficina para trabajar”, relató McGuckian. “Cuando no volvió para el almuerzo, como habían acordado, la encontraron muerta en su despacho junto con su secretaria, Jeanne Lépine; ambas habían sucumbido a una intoxicación accidental por monóxido de carbono”. Agregó: “Fue un final trágico e inesperado para una mujer verdaderamente excepcional. Ahora, con el aniversario de la institución de la fiesta y los cien años de Quas Primas, se espera que Marthe reciba el reconocimiento que nunca buscó para sí, pero que merece plenamente por su entrega firme y valerosa a la realeza de Cristo”. Diez años después, Georges de Noaillat fue ordenado sacerdote y murió en enero de 1948.